Francisco, 42 años.
¿Qué digo? Aun que me gustaría,
tampoco la conocí primero; sin embargo, de ella recuerdo tantas cosas bonitas.
Existe un orgullo que destruye todo tipo de relaciones y existe otro que hincha
el corazón de felicidad y ternura. Este último es el que recuerdo que caracterizaba
a Anita.
Luego de 4 años muy duros; tanto
para ella, como para mí, recuerdo la paciencia con la que esperamos que culminaran
y también recuerdo lo que conseguimos los dos, el día que por fin terminaron.
En el hotel Tequendama, alrededor
de las 6:00 de la tarde, tomé un taxi junto con mi hermana, mi novia y Anita,
¡Era el día de mi grado!, la emoción nos tenía a todos demasiado ansiosos.
Luego de una larga ceremonia, por alguna razón regresé a casa en un taxi solo
con Anita. Ella con una sonrisa a la que no le cabía un diente más y el pecho
puesto en alto ignorando los hombros, salió del taxi, tomó de mis piernas el diploma
de ingeniero, me dio la mano para que saliera también. Parados justo en la
portería, me tomó de gancho y tomó el diploma, de manera que el que pasara
frente a ella, iba a leer mi nombre y mi profesión.
Yo no tengo palabras para decir
lo que sentí ese día, así como supongo que Anita tampoco las tenía. Se veía
hermosa en su sastre rojo, ella siempre jovial. Hoy que no está no puedo
describir cuanto extraño a mi mamá.
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