Daniela, 24 años


Con Ana la comida era sabrosa, solo paladares exquisitos, tenían el privilegio de sus sopas, de sus postres, de todas las cosas con las que inventaba y no le iba mal. Al curso de las tres debía llevar siempre un cuaderno de Mickey; lo llenaba con recetas y apuntes acerca de  la utilización de los moldes. Había dos en particular, que parecían bastante simples, pero el amor con el que los elaboraba, le quitaba todo lo simple, pues era muy grande.
La particularidad del de limón, era que utilizaba hasta la cáscara y tenía el tacto perfecto, para que las separaciones en distintos niveles del postre fueran iguales. No quiero hablar de sabor, dañaría su tradición de ponernos a todos, catadores de sus postres. La particularidad del de durazno, era que a sus nietos no podía dejarles ver las latas. Solíamos robar parte de todos los ingredientes cuando ella se despistaba, que a decir verdad, era casi siempre y en su infinita paciencia, jamás nos regañó. Su mejor táctica, era la del televisor; nos dejaba quietos y ella sin preocupación podía cocinar. Cocinaba con el tinto de las 4 y el Rumi-Q de la espera a las 5.

Tampoco conocí de primeras a Ana, pero de sus postres y sus abrazos; siento que fui, pionera en el amor mi abuela.  

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